Un día de cuento en Český Krumlov

Nuestro tercer día en Praga arrancó bien temprano, como ya era costumbre. A las 7:30 ya estábamos en la parada del tranvía Nº5 rumbo a la terminal de buses Na Knížecí, desde donde a las 8:00 partía el micro hacia uno de los destinos que más me entusiasmaba de todo el viaje: Český Krumlov.

Sacamos los pasajes directamente con el chofer, y luego de un viaje de 2 horas y 40 minutos, llegamos a esta joya del sur de Bohemia. Lo primero, como siempre, fue abrir Maps para ver cómo llegar al castillo, que domina la ciudad desde lo alto.

El camino ya era parte del espectáculo: gente pescando con mosca en el río Moldava, otros escalando por las laderas boscosas de las colinas… un entorno lleno de vida al aire libre. Český Krumlov está enclavado en un valle profundo, abrazado por el Moldava que serpentea alrededor del casco antiguo en forma de herradura, dándole una estructura natural única que parece sacada de una maqueta.

Cuando llegamos a la entrada del castillo, subimos por un sendero empinado que nos llevó hasta esta fortaleza impresionante, cuyos orígenes se remontan al año 1240, cuando fue construida por la familia Vítkovci. Con el tiempo, pasó por manos de varias familias nobles, incluida la poderosa casa de los Rosenberg, y luego los Schwarzenberg, quienes la ampliaron hasta convertirla en el segundo castillo más grande de la República Checa, solo detrás del de Praga.

Desde sus pasillos y terrazas se abre una vista increíble: las suaves colinas de Bohemia, las curvas del río que reflejan el cielo, y ese pueblo medieval con techos rojizos y calles adoquinadas que parece detenido en el tiempo. Sacamos mil fotos, sí, pero también hicimos un montón de clics mentales que no se nos van a borrar nunca.

El castillo es inmenso. Además de las vistas, tiene varios patios internos, antiguos jardines de caza, salones históricos y el curioso puente que cruza sobre un foso… donde viven ¡tres osos! Una tradición antigua que se sigue manteniendo hasta hoy. Recorrerlo completo en un solo día sería misión imposible.

Al mediodía ya sentíamos hambre, así que bajamos a la orilla del Moldava —el mismo río que habíamos visto días atrás en Praga— y comimos comida típica checa, una carne con una salsa muy sabrosa y unos dumplings para mojar en esa salsita mientras continuábamos disfrutando del paisaje. Nos dijeron que en esta región nace el Moldava, y es impresionante pensar cómo un río tan grande empieza en un lugar tan tranquilo.

La tarde la dedicamos, como decíamos con Agus, a “perdernos por las callecitas”. Calles empedradas, casas con frescos antiguos, talleres de artistas, aroma a madera y chimeneas… Český Krumlov es un verdadero escenario de cuento. Una actividad muy movilizante que hicimos fue la visita al Museo de la Tortura. Aunque es pequeño y se recorre en menos de una hora, resulta realmente impactante por la cantidad de artefactos originales utilizados para torturar personas. La ambientación también contribuye al efecto: luces tenues, decoraciones tenebrosas y un clima que pone la piel de gallina desde el primer momento. 

Comenzaba a hacerse la hora de emprender la vuelta a pesar de nuestras ganas de conocer esta ciudad de noche e iluminada lo mismo que es castillo como habíamos planeado originalmente, pero un cambio de vuelos de último momento nos obligó a volver a Praga esa misma tarde.

Y ahí vino la aventura inesperada.

Fuimos a tomar el bus de regreso —pensábamos repetir la fórmula de sacar el ticket con el chofer como a la ida—, pero nos encontramos con que todos los buses estaban llenos. Solo quedaba un pasaje disponible. Así que, plan B: improvisar. Le preguntamos al chofer (en un inglés-checo bastante creativo) cómo podíamos hacer para volver. Con muy buena voluntad nos explicó que podíamos ir hasta České Budějovice, una ciudad cercana, y desde ahí tomar un tren.

Nos subimos con él y al llegar allá estábamos bastante perdidos… hasta que una chica que viajaba en el mismo micro, al vernos desorientados, se ofreció a ayudarnos. Gracias a ella llegamos a la estación de tren, y por suerte conseguimos pasajes. Tres horas más tarde volvíamos a pisar la estación central de Praga. Caminamos hasta nuestro alojamiento, no sin antes premiarnos con un par de pizzas.

Fue un día largo, con paisajes de ensueño, algo de adrenalina y muchas emociones. Český Krumlov nos robó el corazón. Sin dudas, un lugar al que valdrá la pena volver con más tiempo y, esta vez sí, pasar la noche.

Río Moldava
Caminos dentro del castillo
Vista de Cesky
Espiando por la ventanita
Exterior del castillo
Prolijidad en el castillo
Alimentándose dentro del foso
Preso y torturado
Cabezas en las picas
Escena de una tortura
Posando con Cesky de fondo

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