Descubriendo Ámsterdam: un paseo entre tulipanes, bicicletas y secretos
Viernes 4 de abril fue el día elegido para viajar a Ámsterdam vía Madrid. Volamos con Iberia en un trayecto que duró poco más de dos horas y media. Al aterrizar en el aeropuerto de Schiphol —uno de los más transitados de Europa y símbolo de la conectividad holandesa— tomamos un tren directo hacia la estación central de Ámsterdam (Amsterdam Centraal) por €7. Desde allí, tras una caminata de unos 15 minutos por calles llenas de bicis, canales y movimiento, llegamos al Stayokay Amsterdam Stadsdoelen, un hostel sencillo donde pasaríamos dos noches compartiendo habitación con otras ocho personas. No es nuestro tipo de alojamiento habitual, pero hay que decirlo: Ámsterdam es una ciudad cara, especialmente en lo que a hospedaje se refiere.
Como llegamos antes del horario de check-in (que era a las 15), Agus habló con la recepcionista y, luego de un rato de negociación amistosa, conseguimos dejar las valijas en el depósito para empezar a disfrutar del día sin peso a cuestas. Ya liberados, salimos a caminar y paramos a almorzar fish and dips en un local encantador llamado Guadalupe frente a uno de los tantos canales que le dan a esta ciudad ese aire mágico y sereno a la vez.
A las 14:30 nos dirigimos hacia la plaza frente a la estación central, punto de encuentro para el clásico free tour, una forma ideal de comenzar a conocer una ciudad nueva. Esta vez nos tocó Luna, una guía de Granada – España con un estilo alegre y dinámico, que nos llevó a recorrer algunos de los rincones más emblemáticos del centro histórico: los canales, la Casa de Ana Frank (desde afuera), la Plaza Dam —el corazón de la ciudad donde se fundó Ámsterdam en el siglo XIII—, el Barrio Jordaan y la Plaza Rembrandt, entre otros sitios llenos de historia.
Lo que siempre me atrapa de estos tours es que, más allá de los datos históricos, los guías suelen compartir anécdotas curiosas, detalles culturales, recomendaciones gastronómicas y consejos prácticos. Luna, por ejemplo, nos pasó un código QR que abría un mapa de Google con decenas de sugerencias para comer, pasear o explorar.
Mientras recorríamos el centro histórico, era imposible no notar una de las postales más curiosas y encantadoras de Ámsterdam: sus casas torcidas. Estas construcciones estrechas y altas, muchas con fachadas inclinadas hacia adelante o hacia los costados, son el resultado de siglos de historia. Al estar construidas sobre un suelo pantanoso y asentadas sobre pilotes de madera, con el tiempo muchas comenzaron a inclinarse ligeramente. Algunas fueron diseñadas así a propósito —especialmente las que se inclinan hacia adelante— para facilitar la tarea de subir muebles usando poleas sin dañar las fachadas. Hoy, estas imperfecciones le dan aún más carácter a la ciudad y hacen que cada cuadra parezca sacada de un cuento.
Siguiendo sus recomendaciones, después del tour fuimos al Bloemenmarkt, el famoso mercado de flores flotante. Es un lugar que parece sacado de una postal, lleno de tulipanes de todos los colores y bulbos listos para llevar como recuerdo. Después seguimos por De Negen Straatjes (Las Nueve Calles), una zona muy pintoresca del anillo de canales con más de 250 tiendas independientes, cafés, boutiques y librerías. Ideal para pasear sin rumbo y dejarse sorprender.
Cansados pero felices, volvimos al hostel para hacer el check-in, darnos una ducha reparadora y salir a cenar. Elegimos Brouwerij De Prael, una cervecería tradicional con mucho ambiente local, donde pedí un plato de carne especiada con papas fritas y repollo cocido que estaba delicioso (aunque el nombre se me escapa). Eso sí: €24 por el plato… Ámsterdam no deja de recordarte que estás en una de las ciudades más caras de Europa.
De regreso, caminamos un rato por el famoso Barrio Rojo. Nos sorprendió encontrarlo bastante apagado. Según nos comentó Luna durante el tour, hay un debate en curso sobre su futuro, ya que las autoridades están considerando cerrar parte del barrio debido al impacto negativo del turismo masivo y comportamientos poco respetuosos.
Así terminó nuestro primer día en la capital de los Países Bajos: con la mochila liviana, los pies cansados y el corazón lleno de primeras impresiones de una ciudad única, donde la historia y lo moderno conviven sobre el agua.







Historia viva, mercados y vistas inolvidables
El segundo día en Ámsterdam amaneció con sol y una temperatura perfecta para caminar sin rumbo fijo, perderse entre canales, puentes y callecitas tranquilas. Arrancamos el día con un paseo hacia el encantador barrio de Jordaan, una zona que alguna vez fue humilde y obrera, pero que hoy es uno de los rincones más pintorescos y vibrantes de la ciudad, con calles adoquinadas, casas angostas y una atmósfera bohemia.
En el camino encontramos Banketbakkerij Arnold Cornelis, una panadería tradicional con una vidriera que invitaba a entrar. No nos pudimos resistir. Adentro, el aroma a pan recién horneado, café y dulces típicos holandeses fue el mejor desayuno posible para cargar energías. Un dato: este tipo de panaderías en los Países Bajos son todo un clásico, y muchas de ellas siguen recetas familiares que pasan de generación en generación.
Después del desayuno, seguimos hacia el Noordermarkt, un mercado al aire libre que combina puestos de ropa vintage (¡se vende por kilo!), libros, artesanías, comida callejera, verduras orgánicas y hasta música en vivo. Es un lugar ideal para sumergirse en la vida local. Esta feria funciona desde el siglo XVII, cuando ya se usaba como punto de comercio frente a la iglesia de Noorderkerk, en pleno corazón del Jordaan. Hoy mantiene ese espíritu comunitario y relajado, lleno de color y movimiento.
Al mediodía fuimos a Pizza Beppe, una excelente pizzería italiana ubicada muy cerca de la Casa de Ana Frank. La idea era almorzar y luego entrar al museo… hasta que nos dimos cuenta de que nuestras entradas eran para las 9 de la mañana y no para las 14 como pensábamos. Por suerte, explicamos la situación al personal del museo y, muy amablemente, nos permitieron ingresar cerca de las 15.
La visita a la Casa de Ana Frank fue uno de los momentos más conmovedores del viaje. Aunque nos comentaron que para muchos holandeses la historia de Ana y su familia es solo una entre tantas —más de 100.000 judíos neerlandeses fueron deportados durante la ocupación nazi, de los cuales solo unos 5.000 sobrevivieron—, para nosotros estar en ese lugar fue profundamente impactante. Caminar por las habitaciones oscuras, silenciosas y estrechas del Anexo Secreto, imaginar cómo vivieron allí escondidos por más de dos años, en un encierro absoluto, heló la sangre y dejó una marca.
Algo que también nos llamó mucho la atención fueron las piedras del tropiezo (Stolpersteine) que vimos en varias veredas de la ciudad: pequeños bloques de cemento con una placa dorada que recuerdan a víctimas del Holocausto que alguna vez vivieron en esa casa. Es una forma sutil pero poderosa de mantener viva la memoria. Te encontrás con esas piedras al caminar y, sin buscarlo, volvés a conectar con ese pasado.
A la tarde cruzamos por dentro la estación Amsterdam Centraal —un imponente edificio neogótico inaugurado en 1889, diseñado por el mismo arquitecto del Rijksmuseum— y tomamos uno de los ferris gratuitos que salen constantemente hacia Ámsterdam Noord. Este barrio, ubicado al otro lado del río IJ, tiene una vibra completamente distinta: más moderno, más verde, más abierto. Allí se encuentra el Eye Filmmuseum, dedicado al cine internacional, y el A’DAM Tower, un rascacielos con un mirador en la cima y unas hamacas mecánicas que se balancean sobre el vacío para ver toda la ciudad desde las alturas. Locura total.
Los ferris están pensados principalmente para los locales, que cruzan con sus bicicletas para pasear, entrenar o simplemente relajarse en un entorno más tranquilo que el bullicio del centro.
Para terminar el día, volvimos a la ciudad y subimos a la terraza de la Biblioteca Pública de Ámsterdam (OBA). Desde allí se tienen vistas espectaculares del casco histórico, los canales y los tejados rojos de la ciudad. Fue el cierre perfecto para un día lleno de contrastes, emociones y descubrimientos.
Así nos despedimos de Ámsterdam, una ciudad que me sorprendió por su belleza, su conciencia histórica y su calidad de vida. Si tuviera que ponerle una crítica, diría que hay dos cosas que la empañan un poco: la avalancha de turistas (sí, nosotros incluidos) y el peligro constante de ser atropellado por una bicicleta. No es un chiste: son muchas, van muy rápido, y si no estás atento, te podés llevar un susto. Aun así, me voy con la sensación de haber conocido uno de los lugares más lindos y auténticos de Europa.



