

30.000 pasos entre memorias y muros
Nuestra llegada a Berlín fue tras un vuelo de 80 minutos con Brussels Airlines desde Bruselas. Apenas pisamos suelo alemán, nos lanzamos a la búsqueda del metro para llegar al Airbnb que habíamos reservado en pleno centro. No fue fácil: casi no había carteles en inglés, y el idioma alemán, con sus palabras eternas y sin espacios, nos pareció un rompecabezas. Aunque la gente fue amable, muchos no entendían inglés, así que nos las arreglamos como pudimos. Después de un viaje de unos 40 minutos en metro y una caminata de un kilómetro, llegamos finalmente a nuestro alojamiento en Wilhelmstraße. Como ya eran más de las 19 h, salimos directo al supermercado Lidl a comprar frutas y verduras —¡las extrañábamos!— y luego cenamos goulash y codillo en Diomira, un restaurante italiano que quedaba a la vuelta del alojamiento. Nada mejor que una buena comida caliente para arrancar la estadía.
Al día siguiente, bien temprano, nos esperaba una experiencia única: la visita al Reichstag, sede del Parlamento alemán. Teníamos turno a las 8 para subir a su famosa cúpula de vidrio, desde donde se obtiene una vista espectacular de la ciudad. Lo más impactante es saber que en ese mismo edificio, en 1933, ocurrió un incendio que fue clave para que Hitler consolidara su poder. Hoy, con su estructura moderna y transparente, simboliza todo lo contrario: la apertura democrática de la Alemania reunificada.
Al salir de allí pasamos por un pequeño pero significativo memorial en honor a los Sinti y Roma, pueblos gitanos perseguidos y exterminados durante el nazismo. Este tipo de homenajes, sobrios y silenciosos, están repartidos por todo Berlín, como recordatorios constantes de una historia que no se oculta. Desde allí caminamos hacia la Puerta de Brandeburgo, ícono indiscutido de la ciudad. Construida en el siglo XVIII, fue testigo de todo: el esplendor prusiano, la ocupación napoleónica, la división del Muro y, finalmente, la reunificación. Frente a ella nos encontramos con el grupo para comenzar un free tour centrado en la historia de la Segunda Guerra Mundial.
La primera parada fue el Monumento a los Judíos Asesinados de Europa, un campo de bloques de hormigón de diferentes alturas que invita al silencio y la introspección. Caminar entre ellos genera una sensación de desorientación, casi de pérdida, que logra transmitir de forma muy potente el horror del Holocausto. No muy lejos de allí está el lugar donde estuvo el búnker de Hitler, hoy marcado apenas por un cartel, como gesto deliberado de no glorificar ese pasado. Fue allí donde se atrincheró en sus últimos días y donde finalmente se quitó la vida en 1945.
Seguimos el recorrido frente al imponente edificio que fue sede del Ministerio del Aire del Tercer Reich, bajo el mando de Hermann Göring. A pesar de los bombardeos, el edificio sobrevivió y hoy funciona como Ministerio de Finanzas. La ciudad entera es una mezcla de historia viva y reutilización consciente. Un poco más adelante nos detuvimos ante uno de los pocos tramos originales del Muro de Berlín que aún se conservan. Estar ahí, frente a ese símbolo de la Guerra Fría, tan simple pero tan cargado de significado, fue conmovedor. Hacía bastante frío, así que aprovechamos una pausa para tomar un café y entrar un poco en calor con la vista del Muro de frente.
Con el cuerpo más reconfortado, nos dirigimos hacia el célebre Checkpoint Charlie, el más conocido de los pasos fronterizos entre Berlín Este y Oeste durante la Guerra Fría. Es impactante ver cómo del lado comunista las barreras eran enormes, con controles que podían durar horas. El objetivo no era impedir la entrada, sino evitar que su propia gente escapara al otro lado. En cambio, del lado occidental, el puesto era mucho más simbólico.
Caminamos luego hasta la Gendarmenmarkt, una de las plazas más hermosas de la ciudad, con sus dos catedrales gemelas —la alemana y la francesa— que flanquean la sala de conciertos. Desde allí, fuimos hasta la Bebelplatz, donde tuvo lugar una de las escenas más oscuras del régimen nazi: la quema de libros de 1933. Hoy, una placa de vidrio en el suelo permite ver una biblioteca vacía, bajo tierra. Es un gesto poético y contundente. Allí también está grabada una frase de Heine del año 1821 (o sea mas de 100 años antes) que hiela la sangre: “Allí donde se queman libros, se terminan quemando personas.”
Al mediodía almorzamos unos escalopes de pollo en Berlin Pavillon un mercado frente al Reichstag, y luego nos quedamos descansando por esa zona hasta que, a las 15, nos reencontramos en la Pariser Platz para realizar otro tour, esta vez por el barrio judío. Nuestro guía, Germán, era un argentino de Morón que vive hace años en Berlín y se notaba su pasión por la historia. Antes de adentrarnos en el barrio, pasamos nuevamente por el memorial a los Sinti y Roma y luego nos dirigimos al Tiergarten, donde se encuentra el memorial a los soldados soviéticos caídos en la Batalla de Berlín. Rodeado de tanques originales y columnas con inscripciones en cirílico, es un recordatorio del altísimo costo humano del conflicto, sobre todo para la Unión Soviética.
Tomamos el metro hasta la zona de Mitte, donde se encuentra el antiguo corazón de la comunidad judía berlinesa. Fue precisamente allí donde se desató la tristemente célebre Kristallnacht, la “noche de los cristales rotos” en 1938, cuando cientos de sinagogas, negocios y hogares fueron destruidos en una ola de violencia antisemita organizada por los nazis. Lo más hermoso del barrio, sin embargo, son sus patios internos escondidos, llenos de galerías de arte, librerías y cafés. Un lugar que, a pesar de todo lo sufrido, respira vida y creatividad.
Cerramos el recorrido en Hackescher Markt, muy cerca de la Isla de los Museos, frente a un mural dedicado a los desaparecidos del mundo. Es una obra potente, que une luchas y memorias de distintos continentes, y que nos tocó especialmente. Desde allí caminamos de vuelta al Airbnb, cansadísimos. Esa noche cenamos panchos y nos reímos un poco de lo agotados que estábamos: habíamos hecho más de 30.000 pasos, ¡nuestro récord hasta ahora! Pero cada paso valió la pena. Berlín se nos metió bajo la piel.








Último día en Berlín: de la East Side Gallery a la Topografía del Terror
Para nuestro último día en Berlín habíamos considerado hacer una visita al campo de concentración de Sachsenhausen, ubicado a unos 35 km al norte de la ciudad. Es un sitio profundamente conmovedor y lleno de historia, pero finalmente nos inclinamos por otra opción: el free tour del Muro de Berlín y la Guerra Fría. Lamentablemente, el tour fue cancelado por falta de participantes… Así que, como quien dice, nos quedamos sin el pan y sin la torta. Tocó entonces replantear el día sobre la marcha.
Decidimos comenzar por Alexanderplatz, una de las plazas más famosas y concurridas de Berlín, cargada de historia y con un aire muy berlinés. Allí entramos a un Decathlon (sí, imposible resistirse) y aprovechamos para dar una vuelta. Luego nos acercamos a la imponente Fernsehturm, la famosa Torre de Televisión, símbolo indiscutido de la ciudad. Con sus 368 metros de altura, es la estructura más alta de Alemania y ofrece una vista panorámica espectacular (aunque en nuestro caso, solo la admiramos desde abajo).
Por esa zona almorzamos falafel y otra comida árabe (no recordamos el nombre exacto), clásicos en Berlín gracias a la gran comunidad turca que vive en la ciudad. Hay puestos y locales por todos lados, y la verdad: todo estuvo riquísimo.
Continuamos hacia el Nikolaiviertel o Barrio de San Nicolás, la parte más antigua de Berlín, reconstruida tras la Segunda Guerra Mundial con un estilo medieval encantador. Sus callecitas adoquinadas y casas con tejados inclinados nos transportaron por un momento a otra época. Allí se encuentra la Iglesia de San Nicolás (Nikolaikirche), construida originalmente en el siglo XIII (alrededor de 1230). Es la iglesia más antigua de Berlín y fue restaurada tras los graves daños ocasionados por los bombardeos aliados. Hoy funciona como museo y espacio para eventos culturales.
Más tarde nos dirigimos a uno de los lugares que más ansiábamos conocer: la East Side Gallery. Este tramo del Muro de Berlín, de 1,3 km de largo, es una galería de arte al aire libre decorada con más de 100 murales pintados por artistas de todo el mundo después de la caída del muro en 1989. Entre los más famosos se encuentra el mural del “beso fraternal” entre Brezhnev y Honecker. Es un lugar poderoso, tanto visual como simbólicamente.
Como esta zona está algo retirada del centro, volvimos en bus de línea, lo cual también nos permitió ver un poco más de la ciudad desde otro ángulo. Ya de regreso, hicimos una pausa con cafecito y brownie en Typisch Berlin el mismo lugar que el día anterior : nos había gustado tanto el ambiente relajado y con mesitas en la calle que volvimos, además estaba justo frente a nuestro siguiente destino.
Ese destino era otro sitio fundamental para comprender la historia reciente de Alemania: la Topografía del Terror. Este museo al aire libre y centro de documentación está ubicado en el mismo lugar donde funcionaban las oficinas centrales de la Gestapo, las SS y la policía secreta del régimen nazi. A través de fotografías, documentos y testimonios, expone de forma cruda y clara cómo operaba el aparato represivo del Tercer Reich. También conserva parte del antiguo muro y los restos del sótano donde se cometieron numerosos crímenes. Es un lugar duro, pero necesario. Salís de ahí distinto.
Finalmente, ya con la ciudad iluminada, volvimos al departamento, cenamos tranquilos y comenzamos a preparar el equipaje. Al día siguiente, nos esperaba un nuevo destino: la República Checa.







