Una sorpresa llamada Gante: historia viva en el corazón de Flandes

Arrancamos nuestro traslado desde Ámsterdam a Gante bien temprano, con la alarma sonando a las 5 de la mañana. Caminamos en silencio, todavía adormilados, hasta la estación central de trenes, Amsterdam Centraal, para abordar un tren hacia Amberes, una de las ciudades portuarias más importantes de Europa. El viaje duró alrededor de 90 minutos. Allí hicimos trasbordo hacia otro ferrocarril que nos llevaría, una hora después, a nuestro destino final: Gante, la capital de la provincia de Flandes Oriental, donde haríamos base para explorar Bélgica.

Habíamos investigado que debíamos bajarnos en la estación Gent-Dampoort, más cercana a nuestro alojamiento, pero por desconocimiento o distracción —y con todos los carteles en flamenco, el idioma oficial de esta región—, nos quedamos arriba del tren. Para cuando nos dimos cuenta, ya nos dirigíamos a Brujas. Por suerte, Brujas no está lejos de Gante, así que bajamos allí, sacamos un nuevo boleto (€16) y tomamos otro tren de regreso, esta vez bajándonos en Gent-Sint-Pieters, la estación principal de la ciudad. Este pequeño traspié no afectó nuestros planes y, curiosamente, le sumó una anécdota divertida al día.

Llegamos cerca del mediodía a Gante. Como el check-in del alojamiento era a las 15, decidimos caminar hasta allí sin apuro. Tuvimos suerte: nos permitieron entrar antes de tiempo. Almorzamos en My Tannour, un restaurante sirio con mesas en la vereda. El sol nos acariciaba y el ambiente invitaba a quedarnos un rato más, pero a las 14:30 teníamos reservado un free tour por el casco histórico de la ciudad, con un guía argentino llamado Pablo.

Durante el recorrido, caminamos por el corazón medieval de Gante, donde se alzan las tres emblemáticas torres: la Catedral de San Bavón, donde se encuentra el famoso políptico de los hermanos Van Eyck; la Iglesia de San Nicolás, una joya del arte gótico y la Torre Belfort, símbolo de la independencia ciudadana la cual fue construida en el siglo XIV y cuenta con 91 metros de altura desde donde los vigilantes medievales podían divisar incendios o enemigos aproximándose, y hacían sonar su enorme campana, llamada Roland, para alertar a la población. Más allá de su función defensiva, la torre también servía como archivo: allí se guardaban los privilegios y documentos más importantes de la ciudad, literalmente bajo llave y en lo alto, para protegerlos.

Uno de los momentos más mágicos fue cuando cruzamos el Puente de San Miguel (Sint-Michielsbrug). Desde allí se tiene una de las vistas más icónicas de la ciudad: las tres torres alineadas, los edificios medievales que bordean los canales, y el reflejo del agua que lo envuelve todo en una atmósfera de cuento. Es un lugar que parece hecho para quedarse un rato largo, sacar fotos sobre todo al atardecer, cuando la luz dorada enciende las fachadas góticas y barrocas que lo rodean.

Una de las paradas más llamativas fue el Bar del Ahorcado (Het Galgenhuisje), un minúsculo local triangular ubicado en la Plaza del Mercado del Viernes (Vrijdagmarkt). Este peculiar bar debe su nombre al hecho de que se encuentra en el lugar exacto donde, siglos atrás, se ejecutaba públicamente a los criminales. La plaza era el escenario de estas ejecuciones como una forma de advertencia para el pueblo. El edificio actual es del siglo XVIII y se cree que funcionó originalmente como puesto de vigilancia o lugar para custodiar a los condenados antes de ser llevados al cadalso. Hoy, irónicamente, es uno de los bares más pintorescos y fotogénicos de Gante. Beber allí una cerveza artesanal es como brindar con los fantasmas del pasado.

Lo que más me gustó fue ver cómo las antiguas casas gremiales se alinean junto al canal. Estas eran las sedes de los poderosos gremios medievales: tejedores, cerveceros, carpinteros, cada uno con su escudo y fachada característica. Gante, de hecho, fue una de las ciudades más importantes de Europa durante la Edad Media. En el siglo XIV, era incluso más grande que Londres y estaba entre las ciudades más ricas del continente gracias a la producción textil, especialmente de lana inglesa.

Un detalle que me llamó la atención es que muchas iglesias belgas ya no reciben fondos estatales. Por eso deben autofinanciarse, lo cual las ha llevado a alquilar sus espacios para eventos culturales y comunitarios. Los tradicionales bancos de madera han sido reemplazados por sillas móviles, para facilitar el uso múltiple del espacio. Es una imagen impactante, pero también una muestra de adaptación al presente.

La última parada del recorrido fue el imponente Castillo de los Condes de Flandes (Gravensteen), una fortaleza del siglo XII, rodeada por el río Lys o Leie, construída por Felipe de Alsacia, con una clara intención de imponer autoridad feudal sobre una ciudad que ya mostraba tendencias rebeldes. A diferencia de otros castillos ubicados en zonas alejadas, este se encuentra en pleno centro, lo que lo hace aún más imponente y cinematográfico.

Torre Belfort
Catedral de San Bavón
Las antiguas casas gremiales
El puente de San Miguel

 Después del tour, caminamos un rato más por las callecitas adoquinadas y decidimos hacer una pausa dulce en el Salon du Gaufre, un pequeño local encantador donde probamos unos deliciosos wafles belgas, recién hechos y crocantes por fuera, suaves por dentro, coronados con frutas, salsa y crema. Fue una merienda perfecta para recuperar energías después de tanta historia.

Ya al atardecer, y notando que los negocios en Gante cierran muy temprano (a las 18 hs ya todo parecía apagado salvo bares y supermercados), decidimos comprar algo para cenar en el Airbnb. No fue fácil encontrar comida disponible. Después de recorrer varias cuadras, dimos con una especie de rotisería/mercadito donde compramos el último sándwich disponible y un poco de pollo para salvar la cena.

Cerramos el día con una caminata nocturna por el centro iluminado, siguiendo la recomendación de los locales. Si bien fue una postal muy bonita, personalmente nos gustó más la ciudad de día, cuando la luz natural resalta cada detalle de sus fachadas y puentes.

Curiosamente, Gante no estaba en nuestros planes originales. Fue una sugerencia de Damián, un primo que vive en Barcelona, y fue un gran acierto. Es una ciudad vibrante, con alma, historia, arquitectura medieval y espíritu moderno. Es de esos lugares que sorprenden y se te quedan grabados.
Sin dudas, me gustaría volver algún día.

Merendando
Castillo de los Condes
Rio Lys
Desde el Puente de San Miguel

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