Huatulco al Límite: Playas de Ensueño, Aventura Extrema y una Tormenta para la Historia
Rumbo a Huatulco – Entre el caos y el paraíso
El día arrancó bien temprano. Después de un desayuno rápido, pedimos dos Uber para los ocho que viajábamos rumbo al Aeropuerto Internacional Benito Juárez, en Ciudad de México. Salimos desde Metepec, a unos 60 km de la capital, pero el tráfico denso nos hizo tardar alrededor de una hora y media en llegar.
Al ingresar al DF, vivimos una de esas situaciones que parecen sacadas de una película: dos policías detuvieron nuestro Uber y le pidieron al chofer que bajara del auto. Tras una “amistosa negociación” que incluyó algo de dinero, pudimos continuar sin problemas hasta el aeropuerto, donde llegamos al mediodía. Nuestro vuelo a Huatulco partía a las 14:00, así que aprovechamos el tiempo para almorzar antes de embarcar en un avión de Viva Aerobus, una aerolínea low-cost mexicana.
El vuelo fue tranquilo y puntual, y a las 15:30 ya aterrizábamos en el Aeropuerto Internacional de Bahías de Huatulco. Apenas descendimos del avión, la primera sensación fue un golpe de calor: la humedad y la temperatura eran altísimas, y en cuestión de minutos ya estábamos transpirando.
Otro detalle que nos llamó la atención fue el sistema de transporte local. En Huatulco no operan Uber ni aplicaciones similares; los traslados están monopolizados por un grupo reducido de empresas de taxis con tarifas fijas. Sin embargo, negociamos un poco y conseguimos una rebaja (de 300 a 250 MXN de 15 a 12,5 usd aprox.) en los dos taxis que nos llevarían a nuestro alojamiento en Crucecita, una casa que Luli y Diego habían alquilado.
Cuando llegamos, quedamos sorprendidos: la casa era enorme, con tres plantas, cinco habitaciones y tres baños, perfecta para los ocho. El calor era agobiante, así que sin perder tiempo nos cambiamos y nos fuimos directo a la Playa del Tejón, que quedaba a solo cinco minutos.
Encontrar la entrada no fue tarea fácil, ya que el acceso es una bajada estrecha y empinada que pasa desapercibida desde la calle. Pero una vez que llegamos, nos quedamos sin palabras: una playa paradisíaca, rodeada de montañas, con arena finísima, agua cristalina y a una temperatura ideal. Además, había muy poca gente, lo que hacía la experiencia aún mejor.
Nos quedamos allí hasta que comenzó a oscurecer, disfrutando del mar y la tranquilidad del lugar. Luego, tocaba el último esfuerzo del día: hacer las compras para los próximos días. Caminamos hasta el supermercado Chedraui, a unos 2 km, donde nos abastecimos de todo lo necesario y compramos unos pollos con ensaladas para la cena.
Agotados pero felices, cerramos este primer día en tierras del sur mexicano con una cena compartida y la expectativa de todo lo que nos esperaba en Huatulco.




Del paraíso al infierno: una tormenta en alta mar que nunca olvidaremos
Un nuevo y apasionante día comenzaba, aunque no imaginábamos que sería TAN intenso. Desde temprano, el calor y la humedad ya se hacían sentir mientras caminábamos durante unos 40 minutos por la Avenida Santa Cruz hasta el puerto de Bahías de Huatulco. Allí, a las 8 en punto, nos encontraríamos con “Beto”, el capitán de una pequeña embarcación para diez personas, quien nos guiaría en el famoso “Tour de las 9 Bahías”, llevándonos por playas paradisíacas de aguas cristalinas y una biodiversidad impresionante.
A las 9:00 zarpamos, dando inicio a nuestra travesía. Durante los primeros 40 minutos de navegación en aguas tranquilas, tuvimos la suerte de avistar tortugas marinas en plena época de apareamiento y algunos delfines que nos acompañaron a la distancia. Entre risas y muchas fotos familiares, el sol comenzaba a hacerse sentir con fuerza, así que cualquier pequeño rincón de sombra en la embarcación se volvía un refugio muy apreciado.
Nuestra primera parada fue Bahía San Agustín, la más lejana de las nueve. Apenas llegamos, lo primero que hicimos fue zambullirnos en el agua para refrescarnos. Luego, sacamos el equipo de snorkel y nos dejamos maravillar por el mundo submarino: arrecifes llenos de vida, corales de mil colores y decenas de peces exóticos que nunca habíamos visto. Mientras nosotros disfrutábamos del mar, Pela, con un nivel de responsabilidad digno de admirar, se quedó en una mesa trabajando un rato para que la gente de su empresa pudiera cobrar a término. ¡Nada fácil concentrarse en un paraíso así!
Después de unos 40 minutos, continuamos el recorrido hasta Bahía Riscalillo, donde aprovechamos para saltar directamente desde el bote al agua y hacer un poco más de snorkel. Luego, seguimos hasta Bahía Chachacual, donde desembarcamos en la impresionante Playa La India, un verdadero tesoro natural. Allí nos quedamos otros 30 o 40 minutos disfrutando de su arena blanca y aguas transparentes.
Con el hambre haciendo estragos, pusimos rumbo a Bahía Maguey, nuestra última parada. Originalmente, planeábamos hacer allí una pausa larga, y así fue, aunque no exactamente como lo imaginábamos. Lo primero que hicimos fue buscar una mesa con buena sombra y pedir bebidas frías para acompañar los infaltables sándwiches que habíamos preparado antes de salir. La tarde transcurría entre charlas, caminatas hasta la vecina Playa El Órgano y más snorkel y chapuzones en el mar.
Acordamos con Beto que la lancha nos recogería a las 18:00 para regresar al puerto, pero como dice el dicho: “El hombre propone, pero Dios dispone”, y el destino nos tenía preparado un plot twist inesperado.
A las 17:00, al ver que la tormenta se avecinaba con rapidez, comenzamos a hacerle señas desesperadas a Beto para que nos recogiera cuanto antes. Apenas subimos a la lancha, el cielo se oscureció por completo, el viento comenzó a rugir con furia y las primeras gotas gruesas de lluvia golpeaban nuestra piel como pequeñas agujas.
Apenas nos alejamos de la bahía, el mar desató su verdadera furia. Las olas crecían a un ritmo alarmante, levantando nuestra embarcación como un simple juguete en medio de un gigante despiadado. El viento nos empujaba de un lado a otro, el agua entraba a borbotones y cada vez que la lancha caía tras una cresta de ola, sentíamos un impacto seco en el estómago, como si el aire se nos escapara con cada golpe.
Fue en ese momento cuando cometimos el peor error del día: no ponernos los chalecos salvavidas de inmediato. Con el barco zarandeándose sin control, la simple tarea de abrocharnos un chaleco se convirtió en una odisea. Nos costaba mantenernos en pie, necesitábamos que alguien nos sostuviera mientras intentábamos colocárnoslos, y a la vez esa misma persona debía sujetarse con todas sus fuerzas al barco para no salir despedida.
El peor caso fue el de Luana, que además de luchar por ponerse el chaleco, sostenía con todas sus fuerzas a Oli, quien lloraba desconsolada, aterrada por el violento vaivén de la embarcación. En ese momento crítico, Agus se vistió de héroe. Con un esfuerzo titánico, mientras él mismo luchaba por mantener el equilibrio, logró colocarle el chaleco a Luana, asegurándose de que tanto ella como Oli estuvieran protegidas. Fue un acto de valentía en medio del caos, un momento que nos dejó en claro que, en situaciones extremas, el instinto de proteger a los nuestros puede más que el miedo.
El tiempo parecía haberse detenido. La lluvia era un muro de agua, el viento silbaba como un lamento aterrador y las olas continuaban golpeándonos sin piedad. Nos sentíamos diminutos, completamente indefensos ante la inmensidad del océano, pero lo único que podíamos hacer era aferrarnos con todas nuestras fuerzas y confiar en que Beto nos sacara de allí con vida.
Después de casi una hora de angustia, cuando ya creíamos que el mar no nos daría tregua, las luces del puerto aparecieron a lo lejos, como un faro de esperanza en medio de la pesadilla. Con un último esfuerzo, Beto logró acercarnos a tierra firme, y al tocar el muelle, sentimos un alivio indescriptible. Habíamos sobrevivido.
Al bajar, aún temblando por la adrenalina, Beto nos confesó que, por más experiencia que tenga, cuando el mar decide imponer su voluntad, lo único que queda es aferrarse a la esperanza.
Lo importante es que llegamos sanos y salvos. Y lo mejor de todo: nos quedó una historia aterradora, con héroes incluidos, para contar el resto de nuestras vidas.







La Entrega: Un Paraíso Entre Corales, Historia y un Encuentro Inolvidable
Después de la tormenta en alta mar del día anterior, la adrenalina todavía seguía latente. Para arrancar con energía, preparé un desayuno bien potente: huevos revueltos, jamón, queso y un café bien cargado. Sabía que lo iba a necesitar, porque el plan del día incluía una caminata de una hora y media bajo el sol abrasador de Huatulco. Salimos temprano, alrededor de las 8 de la mañana, con mochilas al hombro y muchas expectativas.
Nuestro destino era Playa La Entrega, un lugar no solo espectacular en belleza, sino también cargado de historia. Fue en esta playa donde el General Vicente Guerrero se entregó a los españoles, lo que eventualmente lo llevaría a su fusilamiento en Cuilápam. Un pequeño recordatorio de que, además de playas paradisíacas, Oaxaca también es tierra de relatos intensos.
La primera mitad del trayecto fue la misma que el día anterior rumbo al puerto de las bahías, lo que inevitablemente nos hizo revivir la experiencia caótica de la tormenta. Entre risas nerviosas y comentarios sobre lo que habíamos vivido, seguimos adelante hasta que, poco antes de las 10, llegamos finalmente a La Entrega.
Haber madrugado valió la pena: logramos encontrar un lugar perfecto bajo la sombra de un frondoso árbol, un lujo imprescindible en esta región donde el sol no da tregua.
Pero más allá del paisaje de arena dorada y aguas cristalinas, lo que realmente hace especial a La Entrega se esconde bajo la superficie del mar.
A un costado de la montaña, se extiende un arrecife de coral de unos 200 metros de largo, hogar de una impresionante diversidad de peces de colores y, si la suerte acompaña, incluso tortugas carey. En cuanto me sumergí con el snorkel (¡gracias familia por regalármelo para este viaje!), quedé completamente maravillado. El mundo submarino de La Entrega parecía sacado de un documental: cardúmenes moviéndose en perfecta sincronía, corales de formas caprichosas y una sensación de paz absoluta flotando en esas aguas cálidas.
Pero la mayor sorpresa fue cuando nos aventuramos más allá del arrecife y llegamos al Camino Submarino de La Cueva. Un pasaje de rocas cubiertas de colores vibrantes, donde habitan especies que prefieren la penumbra, creando un ecosistema completamente distinto al del arrecife. Avanzar por ese túnel natural fue como sumergirse en un mundo secreto, un rincón mágico y misterioso que nos dejó sin palabras.
En medio de esta exploración, Oli vivió un momento único: tuvo la suerte de nadar junto a una tortuga carey, e incluso llegar a tocarla suavemente. La emoción en su rostro lo decía todo. Fue un instante de conexión pura con la naturaleza, uno de esos recuerdos imborrables que nos regalan los viajes.
Sin lugar a dudas, Playa La Entrega se convirtió en una de nuestras favoritas en Huatulco. Sus aguas cálidas y cristalinas, la impresionante vida marina y el ambiente relajado hicieron que el tiempo volara sin darnos cuenta. Nos quedamos allí todo el día, disfrutando del sol, el mar y la buena compañía, hasta que la tarde comenzó a caer.
Eso sí, después de una jornada de snorkel y exploración, volver caminando no era una opción. Así que, para ahorrarnos el esfuerzo bajo el calor húmedo, pedimos dos taxis que nos llevaron de regreso a la casa. Un baño refrescante y ya estábamos listos para salir nuevamente, esta vez con rumbo al centro de Huatulco, en La Crucecita.
El plan era doble: por un lado, ir a la terminal de ómnibus para comprar los pasajes que nos llevarían a Puerto Escondido el lunes siguiente, y por otro, disfrutar de una buena cena y explorar un poco más la ciudad.
Con los pasajes asegurados, nos dejamos llevar por las calles de La Crucecita hasta encontrar una taquería irresistible. Allí nos deleitamos con auténticos tacos mexicanos, mientras el tema de conversación inevitablemente giraba en torno a la gran final de la Copa América entre Argentina y Colombia que se jugaría al día siguiente. Teníamos que encontrar sí o sí un buen lugar para verla.
Así, entre anécdotas del día y la expectativa futbolera, cerramos otra jornada espectacular en el paraíso oaxaqueño, una de esas que quedan grabadas en la memoria para siempre.



Un día de playa, fútbol y despedidas en Huatulco
Este domingo, una vez más, madrugamos (6:30) para arrancar el día con energía. Después de nuestro ya clásico desayuno proteico, nos pusimos en marcha hacia la Bahía de Tangolunda, recorriendo a pie los 3,1 km que nos separaban de la playa.
Aquí fue donde realmente pusimos en práctica nuestra habilidad argentina para la austeridad extrema (o, dicho en criollo, ser unos ratas). Tangolunda es una zona exclusiva de resorts, con sombrillas y reposeras a precios ridículamente altos para lo que planeábamos: quedarnos solo hasta el mediodía. ¿La solución? Nos refugiamos estratégicamente detrás de una pared de uno de los hoteles, aprovechando su sombra natural hasta que el sol terminara por arruinar nuestro improvisado plan.
A esta altura del viaje, después de varios días de sol y mar, estábamos todos tostados, así que prácticamente no salimos del agua e inclusive nos metíamos con remera (ironía del destino, después de años criticando esa moda). El único que desafió la comodidad acuática fue el “Ingeniero” Pato, quien, viendo que la sombra se esfumaba, decidió armar un techo con una lona a puro sudor y lágrimas. Tardó 15 minutos en lograrlo, pero lo hizo… ¡persevera y triunfarás!
Cuando el sol ya pegaba con toda su furia y el hambre comenzaba a apretar, tomamos un taxi de regreso a la casa (60 MXN, unos 3 USD). Mientras Dani y Luli preparaban un reparador pollo con arroz, nosotros intentamos ver la final de la Eurocopa… Intentamos. Porque el WiFi era un desastre y la transmisión se trababa tanto que más que un partido en vivo, parecía un pase de diapositivas de los jugadores en distintos ángulos. Cada tanto, la pelota se movía y eso ya nos parecía un lujo.
La intención original era salir a otra playa después del almuerzo, pero el cansancio nos venció. Una siesta hasta las 17:15 terminó siendo la mejor opción antes de salir rumbo a “Che Dieguito”, una parrilla argentina en Huatulco, para ver la gran final de la Copa América entre Argentina y Colombia.
A las 18:00, ya estábamos listos, acomodados en nuestra mesa con la esperanza de ver el partido sin problemas… pero, problemas hubo. El inicio se retrasó una hora por incidentes en el ingreso al estadio. Para matar la ansiedad, pedimos limonada y empanadas (yo fui por una de chistorra y queso, poco tradicional pero riquísima).
El partido fue largo, no solo por el retraso sino porque se extendió a tiempo suplementario. Pasamos cuatro horas en la mesa, pero cuando Lautaro metió el gol del título, todo valió la pena. A pesar de la mezcla de hinchadas en el restaurante, el ambiente siempre fue respetuoso y ameno, algo que se agradece en partidos tan tensos.
Y cuando pensábamos que la noche no podía mejorar… llegó la parrillada. Para ser honestos, no le teníamos mucha fe al lugar, pero nos sorprendió gratamente. La carne estaba espectacular, y el cierre fue aún mejor porque la cuenta la pagó Agus (¡grande Agus, te queremos!).
Así, con la panza llena y el corazón feliz por el triunfo, cerramos nuestro último día en Huatulco. También nos despedimos de los Denari, quienes volvían a Metepec, mientras que nosotros seguíamos camino hacia Puerto Escondido, listos para una nueva aventura en tierras oaxaqueñas.




El más bello relato de lo vivido. Cada palabra me hace estar ahí disfrutándolo nuevamente!! Gracias por todo esto!!❤️❤️❤️❤️ el mejor trip planner y relator de aventuras por el mundo!!!🥰
Qué lindo tener una memoria tangible de estos hermosos viajes en familia 🫶🏼🏝️✈️
Aguante el colo viajero!