Puerto Escondido: Olas, Atardeceres y un Nuevo Comienzo en la Costa Oaxaqueña
El lunes marcó el momento de tomar caminos diferentes: Luli y su familia volaron de regreso a Metepec para retomar sus obligaciones, mientras que nosotros nos dirigimos a la terminal de buses ADO para emprender nuestro siguiente destino en tierras oaxaqueñas: Puerto Escondido.
El viaje en micro duró aproximadamente dos horas y media, tiempo suficiente para descansar un poco y dejar atrás las postales paradisíacas de Huatulco mientras imaginábamos lo que nos esperaba en esta icónica ciudad surfera.
Al descender del bus, caminamos unos 20 minutos hasta nuestro alojamiento: Marlins Apartment, un hermoso complejo de 15 unidades ubicado sobre la calle principal. Como llegamos antes del horario del check-in, nos permitieron dejar el equipaje en un sector destinado para tal fin, lo que nos dio la posibilidad de comenzar a explorar sin perder tiempo.
Nuestra primera parada fue Playa Carrizalillo, la más céntrica y una de las joyas de Puerto Escondido. Para llegar a su arena dorada, primero hay que descender unos 150 escalones (y, claro, la temida subida esperaría para el final 😅). Pero una vez abajo, el esfuerzo se ve ampliamente recompensado: una cala impresionante, agua cristalina con olas suaves y, lo que más agradecimos, mucha sombra natural. Después de varios días bajo el sol abrasador de Huatulco y sin sombrilla a mano, esto fue un verdadero alivio.
La tarde transcurrió entre baños refrescantes y una buena dosis de barrenar olas, como tanto nos gusta. Cuando el hambre se hizo presente, nos pedimos una ensalada de frutas con yogurt y granola (75 MXN, unos 3.5 USD), una opción fresca y saciante que cayó de maravilla.
Más tarde, regresamos al alojamiento para instalarnos y, para nuestra sorpresa, nos habían asignado un departamento en el último piso. Esto significaba acceso directo a la terraza, equipada con mesas, televisión y una vista espectacular, ideal para desayunar o cenar al aire libre. Un detalle que sumó puntos fue el gesto de bienvenida: agua, jugos, cervezas y snacks de cortesía en la heladera. Sin dudas, si volviéramos a Puerto Escondido, Marlins Apartment sería nuestra primera opción nuevamente.
Antes de que cayera el sol, nos dirigimos al famoso Mirador Tortuga, un spot perfecto para disfrutar de una de las mejores puestas de sol de la región. Allí, entre fotos y momentos de contemplación, nos despedimos del día mientras el cielo se teñía de tonos anaranjados y violetas.
Para cerrar la jornada, hicimos una caminata hasta la Calle Adoquín, el corazón gastronómico y comercial de Puerto Escondido. La elección para la cena fue una mojarra con ensalada y algunas tlayudas, un banquete ideal para reponer energías después de un día tan intenso.
Con esto, nuestro décimo día en México llegaba a su fin. Aún nos quedaba mucho por descubrir en este rincón de Oaxaca… y apenas estábamos comenzando.




Delfines al amanecer, tortugas al atardecer: un día inolvidable en Puerto Escondido
A las 5 de la mañana, con los ojos todavía pegados pero la emoción a flor de piel, arrancamos el día con una caminata hasta la Bahía Principal. El motivo bien valía el madrugón: íbamos a embarcarnos en una excursión para ver delfines y, con un poco de suerte, nadar con ellos. La salida en lancha duró unas tres horas y fue sencillamente espectacular. No solo vimos delfines saltando a nuestro alrededor, sino que también tuvimos la chance de meternos al agua y vivir un momento único con estos increíbles animales en su hábitat natural.
Después de semejante experiencia, seguimos la jornada caminando hacia la famosa Playa Zicatela, un paraíso para los surfistas. La playa es inmensa y el oleaje es brutal, así que el plan ahí no era bañarse, sino simplemente disfrutar del paisaje, caminar por la orilla y ver a los expertos domando las olas.
El hambre ya apretaba, así que nos fuimos a almorzar al legendario Cafecito, un clásico de Puerto Escondido. Como siempre, la comida no defraudó y nos cargamos de energía para la segunda parte del día.
Por la tarde, hicimos un recorrido de playas: primero la Bahía Manzanillo, con aguas tranquilas y perfectas para relajarse un rato. Luego pasamos por Puerto Angelito, otro spot muy lindo, y cerramos el circuito en Playa Bacocho, donde nos esperaba un momento muy especial.
Aquí, Luana vivió una de las experiencias más emocionantes del viaje: la liberación de tortugas. Ver a esas pequeñas criaturas caminar lentamente hacia el mar, enfrentándose a su primer gran desafío en la vida, fue algo realmente conmovedor. Esta playa tampoco era apta para nadar debido a la fuerza de las olas (no siempre es así el tema fue que mientras estuvimos nosotros estaba el fenómeno de Mar de Fondo que producía este fuerte oleaje), pero el espectáculo de la naturaleza ya nos había regalado suficiente.
Con el cuerpo agotado después de un día tan intenso, volvimos al alojamiento y aprovechamos la pileta para refrescarnos antes de la cena. Subimos a la terraza y, bajo el cielo estrellado de Puerto Escondido, cenamos tranquilos, disfrutando del momento y pensando en la aventura que nos esperaba al día siguiente en Mazunte y Zipolite.
Un día más en tierras oaxaqueñas quedaba atrás, pero la emoción por lo que venía seguía intacta.







Mazunte, San Agustinillo y un Atardecer de Ensueño en Punta Cometa
Este día arrancamos con energía y muchas ganas de explorar. Lo primero fue caminar 2 km hasta la terminal Delfines para tomar el Urban, un colectivo de línea que recorre la ruta a toda velocidad y con las puertas abiertas (porque, sin aire acondicionado, esa es la única forma de refrescar a los pasajeros). En aproximadamente una hora llegamos a San Antonio, donde tomamos un taxi que en 15 minutos nos dejó en la paradisíaca Playa San Agustinillo.
El mar estaba hermoso, pero la marea no nos daba tregua. Con el mar de fondo, las olas rompían con una fuerza impresionante, haciéndolo prácticamente imposible para nadar. A pesar de eso, disfrutamos de la vista, la arena dorada y la tranquilidad del lugar. Al mediodía, decidimos caminar hasta Mazunte, donde encontramos un parador que ofrecía sombrillas y camastros con el almuerzo. No lo dudamos ni un segundo. Comimos una ensalada de camarón, un cóctel de camarones y una porción de papas fritas. Todo riquísimo, pero la frustración seguía porque el mar estaba igual de bravo.
Más tarde, buscamos una opción más tranquila y llegamos a Playa El Rinconcito, donde finalmente pudimos meternos al agua y disfrutar un poco sin luchar contra la corriente.
A eso de las 17:30, emprendimos la subida hacia Punta Cometa (entrada a 10 MXN por persona) con un objetivo claro: ver uno de los atardeceres más espectaculares de México. La caminata valió cada paso. El sol cayendo sobre el Pacífico, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados, fue un espectáculo inolvidable.
Cuando el sol finalmente desapareció, comenzamos el descenso y tomamos una camioneta tipo Hilux o Amarok, que funciona como transporte público en la zona. Pero aquí viene la particularidad: los pasajeros van sueltos en la caja, sin ningún tipo de seguridad, y el conductor maneja a toda velocidad. Divertido para vivir la adrenalina una vez, pero nos preguntamos cómo hacen los locales para usarlo todos los días.
Una vez en San Antonio, tomamos nuevamente el Urban de regreso a Puerto Escondido. Llegamos agotados, nos dimos un baño reparador y, con las últimas fuerzas, caminamos hasta El Cafecito, que quedaba a solo dos cuadras. Llegamos con lo justo, porque estaban cerrando la cocina, pero conseguimos cenar y así cerrar otro día espectacular en nuestro viaje por la costa oaxaqueña.




Un Final con Suspenso: El Último Día en México y un Vuelo en Vilo
Nuestro último día en tierras mexicanas comenzó disfrutando un rato más de la hermosa Playa Carrizalillo, ya que a las 13:55 teníamos programado nuestro vuelo hacia Ciudad de México, para luego conectar más tarde con Panamá. Hicimos el check-out en el hermoso Marlins Apartment y partimos en taxi rumbo al aeropuerto de Puerto Escondido.
Luego de un plácido vuelo de una hora y media, llegamos al DF con bastante tiempo por delante, ya que nuestro vuelo a Bogotá –con posterior conexión a Panamá– salía recién a las 00:40. Para aprovechar esas horas, tomamos un Uber hacia el Plaza Aeropuerto un mall cercano al aeropuerto, donde paseamos un rato y merendamos.
Cuando volvimos al aeropuerto para hacer el check-in en el mostrador de Avianca, nos llevamos una desagradable sorpresa: el vuelo estaba sobrevendido y solo nos asignaron asiento a Agus y a mí. Dani y Lu quedaron en lista de espera, aunque eran las primeras en la fila para ocupar cualquier lugar disponible. Por más que discutí y exigí una solución, no hubo manera de que nos aseguraran los cuatro asientos. Nunca nos había pasado algo así, así que estábamos bastante nerviosos.
Tratando de calmar la ansiedad, decidimos ir al VIP para cenar y esperar el embarque con más tranquilidad. Sin embargo, lejos de la experiencia de Ezeiza, la oferta gastronómica fue decepcionante: solo había sopa de verduras y chilaquiles, así que con eso tuvimos que conformarnos.
Al momento de embarcar, Agus y yo fuimos llamados, pero Dani y Lu seguían sin asiento. La espera fue eterna hasta que, finalmente, hubo pasajeros que aceptaron bajarse del vuelo a cambio de dinero, liberando así los lugares que necesitábamos. La angustia se disipó al instante, y los cuatro pudimos abordar juntos rumbo a Bogotá.
Con este susto superado, dejábamos atrás México y poníamos rumbo a un nuevo destino: ¡Panamá nos esperaba!



